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Antes de que te mueras

Nunca he puesto encima de esta mesa de trabajo el tema de la muerte. Me sorprende. ¿Cómo me olvido de la única seguridad cierta en todo nuestro proceso? Nos morimos. Todos. Sí, tú también, admítelo.

Si tenemos en cuenta el “más allá” posiblemente cambiemos bastante nuestro “más acá”.  

Recientemente he vivido un fallecimiento de una persona que  no era de mi círculo íntimo pero si cercano. Considero que llevó una vida ejemplar en bastantes aspectos. Le veía esporádicamente, de Navidad en Navidad, pero sabía que iba a pasar una tarde agradable. La mezcla de anécdotas, sonrisas y risas hacía que esas horas pasaran volando. Siempre dejábamos pendiente el vernos con más frecuencia.

Tras su muerte lamento no haberlo hecho. Perdí la oportunidad de ser mejor. Este es un lujo que no me puedo permitir y desde luego, pienso hacer todo lo posible para que en otras ocasiones no me ocurra lo mismo con otras personas que me alegran la vida. Voy a ser  pesado y egoísta. Me  regalaré con esas compañías que sé que me hacen bien.


Las personas son efímeras, sus recuerdos no. Quiero llenar mi mochila con el regalo de la presencia de personas que quiero y admiro. No voy a dejar pasar más oportunidades de este tipo. Por tanto, que mis amigos tiemblen, que mis conocidos sepan que voy a  estar con ellos y que seré insistente en el contacto. Quieran o no. No me apetece nada echarles luego de menos. 

Contra la genética

En alguna otra ocasión ya he comentado que me gustan las series de televisión. Incluso alguna vez les saco partido. Esta vez me sirve para hacer la entrada de hoy.



Estoy ahora con “Boston Legal”. En esta serie los protagonistas principales son dos abogados narcisistas, egoístas, cínicos y machistas. Con estos mimbres parecería difícil sacar algo de provecho pero reconozco que me tiene enganchado y que por contraposición me hacen pensar más de una vez (por capítulo).  


En el último que he visto, uno de ellos (Allan) le comenta al otro (Dani) que no le gustaría morirse pensando que nadie ha llegado a conocerle. Y Dani, el más mayor, le espeta: 

"Cuando muera no quiero que me recuerden como soy, basta con que se crean mi version".

Reconozco que esta frase me dejó impactado.  Es una bomba. Otra vez más, una excusa para darle a la cabeza.

Porque si nuestro carácter es genética en una parte bastante importante, entonces los cambios son difíciles. Esto supone que tenemos que hacer grandes esfuerzos, a veces titánicos, para ser como queremos ser e imponernos a la fuerza de la biología.

Por poner un ejemplo, si yo tiendo a ser iracundo y no me gusta eso en mí, tengo que trabajar mucho para que me reconozcan como persona tranquila. ¿Quiere decir eso que dependo de lo que opinen los demás? Pues no, elijo ser tranquilo aunque eso suponga verdaderos conflictos internos. Eso sí, si alguien se percata de mi sosiego entonces quiere decir que he voy consiguiendo lo que me propongo. Quiere decir que supero a mi genética y que tengo dominio sobre mí. Eso me gusta.

Así que con esos cambios consigo, en cierta manera, vender mi versión, mostrar la imagen que quiero. ¿Es falsear la realidad?  ¿Es sentirse reconocido en un esfuerzo? ¿Me dañará provocar ese cambio?  Aunque tal vez la más importante sea ¿Cómo puedo cambiar para que la imagen que quiero dar sea la misma que la que reciban y además esto no me vuelva loco o enfermo?

Celebración

Imagínate que ayer estuviste lejos, que en ese lugar te has dejado la ropa sucia. No tienes ganas de volver allí. Así que coges la lavadora, te asomas a la ventana y tiras por ella el aparato. Total, sólo tiene que recorrer quinientos millones de kilómetros, llegar a un astoroide y posarse sobre él.  Esto, bromas aparte, es para mí una de las noticias destacadas de la semana. Hemos enviado un satélite (del tamaño de una lavadora) a esa distancia y tras 20 años  de viaje y recorrer los 500 millones de kilómetros, ha aterrizado en un astoroide llamado Cari, de 4 mil millones de años de antigüedad y nos ha enviado fotos. ¡Increíble!

Lógicamente se ha celebrado bien. La operación ha sido un éxito. Pero nos hace quedar a las personas de a pie como algo minúsculo. Las enormes distancias, la edad de la roca, la enormidad del espacio. Vamos, que particularmente no somos nada, que lo nuestro, nuestra presencia aquí es cero, pura casualidad.

Y al mismo tiempo este fin de semana he estado en una fiesta  en la que se celebraba el 40-1 cumpleaños de una persona cercana.  Allí  hubo alegría, emoción, sentimientos a flor de piel, risas, regalos, y todo lo que se puede dar en una buena celebración.

Salí de esa fiesta y me acordé del asterisco. ¡Qué feliz he sido con algo tan pequeño como la celebración y qué bien me sentí llegando hasta Cari.


Así que he decidido celebrarlo todo. Con más o menos intensidad pero todo. Desde mi pequeñez quiero hacer partícipe a los demás de mis alegrías y sobre todo, quiero ser partícipe de las de los demás. Con mayor o menor intensidad pero todo tendrá su reconocimiento.  Sí, ya sé, que es una locura pero pensar en lo pequeños que somos frente a la enormidad de lo que nos rodea me hace sentir que debo dar las gracias permanentes al universo por compartir y disfrutar de estos instantes tan mínimos.   

Ponte un reto

Me va bien poner los pies en el suelo. No es que niegue el valor de lo espiritual, de lo trascendente. Ni mucho menos. Pero  la realidad física, las necesidades inmediatas y necesarias también hay que atenderlas. Tenemos que estar preparados para afrontarlas y solventarlas. Así que esta vez me vais a permitir que hable de un reto que desde hace tiempo tenía pensado acometer y que ya estoy trabajando. 
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Es muy sencillo. Y de largo recorrido. El reto hay que asumirlo, programarlo y ejecutarlo con constancia si se quiere hacer bien.

En mi caso el reto es… cocinar.

No quiero aburriros con el plan de acción que me he propuesto pues  sólo me sirve a mí ya que  cada uno diseña el suyo. Tan sólo os voy a dejar aquí un pequeño listado de los para qué. ¿Para qué me sirve aprender a cocinar? 

Como ya sabéis los para qué son la chispa que provoca la explosión de la intención contenida y la convierte en acción.

1.-  Para ser autosuficiente. Ayuda mucho saber que soy capaz de alimentarme bien sin depender de nadie.

2.- Para despertar los sentidos. Trabajar en la cocina me hace oler, gustar, tocar e incluso escuchar los sonidos de los alimentos. ¿Vivir el momento?

3.- Para ser ordenado. Prepararlo todo, poner en marcha un método y tener la satisfacción de cumplir plazos y expectativas me sirve para reconocer las ventajas de la aplicación de un orden.

4.- Para compartir. Cocinar para uno está bien pero mejor aún si lo haces también para los demás. Es una manera de demostrar mi afecto a los comensales.

5.- Para trabajar la creatividad. Ideas e imágenes que se pueden reflejar en la cocina. Es un buen entrenamiento para mejorarla. 

5.- Para ser agradecido. Porque somos pocos los que podemos  permitirnos el lujo de disfrutar de comidas variadas. Cocinando reconozco el valor de cada ingrediente y agradezco el tener acceso a el.  

6.- Para ser humilde y poder asumir las críticas, escuchando con atención las recomendaciones.  No es fácil cocinar. Y es muy fácil meter la pata. En este mundo hay grandes expertos dispuestos a ayudarme si quiero escuchar de verdad.

Hay más pero no quiero ser pesado. Podría aumentar el listado pero eso os lo voy a dejar a vosotros. Cocinar está siendo mi reto.  Hay otros retos cuya relación de motivaciones, de para qué, podrían ser las mismas.


¿Cuál es tu reto y cuáles son tus para qué? Cuéntamelo. 

Generosidad y futuro

Alex Rovira "in action"
Me gustan las conferencias. Siempre te regalan algo. Por supuesto no me refiero a algo material.  Como el conferenciante sea bueno pues ya tienes ese destello  o esa lucecita que te guía por algún camino inexplorado u olvidado.

En este caso la expectativa estaba más que cubierta a priori. El nombre de un grande como es Alex Rovira no defrauda nunca. Está garantizado un buen fogonazo. Y el regalo fue patrocinado por Florida Universitaria.

En hora y media nos presentó tantas ideas sobre creer, crear, innovar que sería prolijo incluso hacer un resumen.

Me quedo con dos cosas – como bien dice mi amigo Miguel Angel Díaz “las cargo en la mochila”- que sin ser tal vez las más importantes, creo que nos sirven para el propósito de este blog.

Porque para poder establecer relaciones fructíferas con los demás, no hay nada mejor que utilizar lo que Alex Rovira llama “Mirada apreciativa”, que tiene que ver con la empatía, y que nos hace ver a los demás con afán de descubrir. Descubrir posturas, ideas, acciones, métodos y modos distintos a los nuestros. Sólo seremos capaces de comprender mejor el entorno si cuando tenemos alguien al lado, le acogemos con esa manera de atenderle. Sin poner barreras, sin prejuicios. Esa escucha activa, nos ayudará a mejorar.

Y la segunda cosa con la que me quedo es con el camino de la generosidad. Os cuento. 

En su tercera parte de la charla, nos desgranó detalladamente los caminos por los que el futuro podría transcurrir. Para ello habló de población, medicina, internet, Realidad aumentada, nuevos materiales, nanotecnología, etc, etc. Yo ya hice algo parecido en mi entrada Trabajo para todos…, pero él lo hace  mejor.

Queda en el aire la duda lógica sobre lo que tiene que ver el futuro y la generosidad.  El enlace entre ambos temas vino por la pregunta que hizo un asistente y que en cierta manera reflejó perfectamente el sentir general de los más de 300 asistentes a la charla. “Vale, el futuro va por ahí, pero va a haber mucha gente que se quede descolgada de todo esto. Será un drama. ¿Qué podemos hacer?” Y Alex Rovira, dio una respuesta que me encantó. “Debemos ser generosos con el conocimiento. Debemos ofrecerlo continuamente para que llegue a todo el mundo. Una forma de hacerlo es a través de internet, de estas conferencias, del día a día. Hay que animar a la gente a que entienda la necesidad del conocimiento. Regalad el conocimiento. “ 


Me quedo con el apunte, me quedo con la frase y con la intención. Desde mi humilde aportación, para eso escribo en este blog. Ójala le sirva a alguien. Sólo con uno me vale.