En la conferencia a la que asistí el otro día, el orador nos
comentó que las personas somos muy cognitiva pero poco conductuales (bueno,
esto dijo más o menos), refiriéndose a
que conocemos muy bien lo que hay que
hacer y cómo, pero que luego no lo ponemos en práctica. Vamos, que nos llamó perezosos y no sin razón.
Salvo si la atonía, o el tedio nos viene por enfermedad (¡como
por supuesto es mi caso!) será bueno que
le demos un par de vueltas al concepto de pereza y pensemos si es una buena
compañera de camino.
Lo más normal es achacarnos a nuestra fuerza interior la
sentencia: “Es que soy un vago”. Una vez establecida esta premisa, todo lo que
no hacemos a continuación tiene una justificación perfecta (“Es que soy mu
perro”).
Es bueno que sepamos que frente a la pereza se encuentra la
diligencia (esmero y el cuidado en ejecutar algo). Y esta virtud, como todas, se trabaja. ¿Cómo? Cumpliendo los compromisos,
poniendo entusiasmo, y trazándose metas fijas con objetivos asumibles.
Hay barreras que nos pueden bloquear el intento de ser
diligentes y que deberemos pensar un poco:
- Falta de beneficio en relación al esfuerzo utilizado.
- Falta de reconocimiento en el trabajo o actividad realizada.
- Falta de preparación para realizar la tarea.
- Falta de motivación.
- Monotonía laboral.
- No reconocer los talentos.
- Que sea una tarea penosa, que cause cualquier trastorno físico o mental, como dolor de espalda, dolor de cabeza o hastío.
(Wikipedia dixit)
Si nos
reconocemos en alguna circunstancia de este tipo, es que algo
tenemos que cambiar. Uno de estos pueden ser los motivos de la inacción, la depresión o incluso la
enfermedad. ¡Evitémoslo! ¿Cómo? Ahí van
un par de preguntas: ¿Cuándo ha sido la última vez que te has sentido
diligente? ¿Qué satisfacción has obtenido?
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