Sigo con las cosas sencillas - y para mi utilísimas - tal y
como he hecho en los últimos post comentando la rueda de la vida y las motivaciones.
Lo
que más agradezco al coaching es que me ha enseñado lo que son las preguntas
abiertas. Ya no para preguntar a los demás sino para utilizarlas “contra” mi
mismo. Os pongo algún ejemplo.
Antes, frente a cualquier situación, podía preguntarme: ¿He
hecho bien? Con un si o un no, el asunto quedaba zanjado. Es decir, la pregunta
me lleva a dos posibilidades o si o no. Una contestación tan rotunda admite
poca réplica y por tanto provoca menos auto reflexión.
Si en vez de esta pregunta, utilizo otra, como por ejemplo:
¿Cómo me ha ido actuando así? Pues abro un poco las respuestas - no mucho más - porque con un bien, mal o regular o algo de
este calibre, se puede cerrar el asunto.
Por
tanto, tengo que apurar aún más la pregunta si quiero sacarle jugo. ¿Qué consecuencias tengo actuando así? O ¿Cómo podría haber actuado de otra manera? Empieza
a obligar a que las respuestas sean más detalladas, que requieran más
explicación. Es decir, me obligan a pensar
más, a profundizar más, a darle más vueltas buscando alternativas. Y aquí está
lo bueno. Siempre aparecen cosas de uno mismo
que tal vez nunca esperaba. Y para rizar
el rizo – sirva solo de ejemplo - , ¿Cómo creo que explicaría esto mi peor
enemigo/mejor amigo/familiar/….? Esto ya
me vuelve loco.
Verás que también en la pregunta se evita la directividad es
decir, hacer una pregunta que me obligue a ir hacia un camino concreto. Una pregunta del tipo: ¿Cómo sería la
respuesta favorable de mi mejor amigo a
esa situación? Estoy dando casi por entendido que mi amigo me va a apoyar.
En fin, os invito a practicar el arte de preguntar y que lo utilicéis con vosotros mismos. Es un
juego sorprendente.
Aquí os dejo un enlace en el que se explican lo 5 tipos de preguntas que hay: abiertas, cerradas, reflexivas, directivas y de opción múltiple.
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