Hay cosas que nunca me
dejan de sorprender. Hoy me vais a permitir que utilice alguna palabra “malsonante”.
Sabéis que no suelo hacerlo pero así hago una transcripción mas literal de lo hablado.
No me voy a enrollar
mucho. Imaginad por un momento que alguien opta por dos posibilidades frente a
una situación. La primera pregunta que se me ocurre es ¿Cómo quedarás si optas
por el camino A? La respuesta que me dan es categórica: “Jodido”.
Bueno, ya tenemos algo
más claro. Me alegra tanta claridad. Se me escapa una sonrisa. Entonces, ¿cómo
quedarás al optar por el camino B? En
décimas de segundo, marcando previamente un gesto de desesperación, la
respuesta es: “Jodido”.
Ahora el gesto de
desesperación se me pone a mí. No lo puedo evitar. Mi interlocutor sólo ve dos
caminos posibles y los dos nos llevan al mismo sitio.
La siguiente propuesta es
buscar alguna alternativa más. Pero no se centra en ello. ¿Y la posibilidad de
quedarse como está? No le gusta.
¿Entonces? ...Que quiere un cambio. Sí o sí.
La duda que me viene a mí
en ese momento es: ¿Alguien quiere meterse en un camino que sabe que le va a ir
mal? ¿Qué obtiene con ello? ¿Qué será
más doloroso? ¿No estar bien ahora porque lo que tienes en este momento no te
gusta? ¿O estar muy, muy jodido más adelante pues has sido consciente de que
ibas a estar jodido?
Desde luego, esto último
es jugar a la ruleta rusa con el cargador lleno de balas. Y lo que más me
sorprende es que alguien vaya a pegarse un tiro a sí mismo sabiendo que va a
morir…pero no porque quiera morir, sino porque quiere salir de una situación actual.
A cualquier precio. Aunque en ese otro sitio le vaya aún peor.
Desde luego, hay mucha
presión hoy en día para salir de la zona de confort, para moverte, para impulsar
el cambio. Pero hay que distinguir - aunque sea de perogrullo - que no todos
los cambios son necesariamente a mejor. Ni tienen que ser ¡ya! Ni a cualquier
precio.
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