La mujer subió al autobús urbano. Tras alcanzar éste la primera
parada y volver a ponerse en marcha, ella empezó a gritar que esa no era la ruta. No
atendió a razones. Ni del conductor ni de nadie. No paró de vociferar contra el
vehículo, contra el sorprendido chófer
ni contra los otros viajeros. La mujer maldijo a todos los allí presentes culpándoles
de la situación y les deseó los peores males.
Cuando se abrieron de nuevo las puertas del vehículo, tras llegar a la
siguiente estación, ella bajó del autobús. Mientras nos alejábamos la vimos seguir vociferando.
Entre los pasajeros cruzamos miradas de
sorpresa e incredulidad por lo sucedido. Vi al chófer tensar una
higa.
Esta situación esperpéntica
ocurre más a menudo de lo que parece. No con el autobús, creo, pero sí con la
vida. Tras equivocarnos en una elección no reconocemos nuestro error y además,
achacamos todos los males a los demás. ¡Y
nos quedamos más anchos que largos! Necesitamos un culpable contra quien
dirigir nuestros ataques, no atendemos a razones y no nos importa nada agredir
o molestar a quien haga falta.
Además, “si yo estoy cabreado
pues que los demás lo estén también,… ¿no hablan maravillas de la empatía? Pues
que aprendan. “
Reconozco que no es fácil parar, analizar
la situación desde fuera, pensar, recapacitar y corregir. Pero está claro que la obcecación a lo mínimo que
nos puede llevar es … a que nos hagan una higa.
Higa |
¿Cómo “paras” un momento de
calentón? ¿Cuándo conseguiste la última
vez analizar una situación como si no te afectara? ¿Qué alternativas
estudiaste? ¿Cómo te sentiste tras darte cuenta de que el error era tuyo? ¿Cómo
le hubieras pedido a otro que reaccionara en tu lugar?
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