Cada
vez que alguien confía en mí como coach para acompañarle en algún objetivo, sé
que de nuevo tendré que enfrentarme a situaciones totalmente
desconocidas, que el cliente me va a llevar por caminos diferentes a
los que yo suelo transitar.
Llegamos hasta ahí tras alguna sesión indagatoria en la que los
planteamientos no rondaban ni de cerca esta situación. Interesante. A medida quitábamos capas de cebolla, cosa que iba realmente bien,
las acciones del coachee eran rápidas y
efectivas. Cumplía y realizaba las tareas que se iba imponiendo. Pero, de
repente, el proceso se paró.
Fue a raíz de ponerse como tarea regular su comida y su ejercicio.
Buscamos sus soluciones, sus ayudas y nos comprometimos a determinadas acciones. Fracaso, fracaso, fracaso. Me
faltó un pelo para tirar la toalla, lo reconozco. Fue el cliente quien pidió
seguir. Le hice caso y parece ser que ya, por fin, está caminando por la senda adecuada.
¡Bravo!
Pero lo que hoy quería comentar (perdón por la
perorata anterior) es lo que sufren las personas con gula. Ha habido
momentos en los que yo lo he pasado mal viendo sus padecimientos. No es fácil para ellos controlar unos
niveles de ansiedad disparatados y utilizan la gula como defensa ante los
problemas. La comida les alivia momentáneamente, les reconforta. Pero les va dejando una herida
interna que luego les pasa factura. Su sentimiento de culpa, cuando te lo describen, es terrorífico.
Así
que como aquí hablamos de cosas que nos pueden ayudar a mejorar nuestro futuro,
os dejo con un enlace que nos indica caminos que debemos recorrer si queremos
que la gula “no nos engulla a nosotros”. Ah, que no se me olvide un detalle: parece
ser que la gula afecta más a las mujeres que a los hombres.
#gula #pecado capital #coaching
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