Tendemos a acumular cosas.
Y también sentimientos. Esto nos afecta.
Permitidme que os cuente una situación
que ocurrió en una empresa en la que trabajé. Puede ilustrar muy bien el asunto
de hoy.
Al poco de estar allí hubo un
incidente con el suministro de un material. De inmediato mis compañeros de
comercial y logística (departamentos que yo dirigía) se empezaron a quejar de los grandes errores continuos
que se producían en fábrica. Lógicamente me asuste y me ocupé de aquello.
Al cabo de un tiempo,
volvió a suceder otro incidente. De nuevo, tal vez con más fuerza, arreciaron
las críticas a los otros. Otra
vez echaron en cara la cantidad de fallos que sucedían. El ambiente entre departamentos se hizo irrespirable.
Esta vez, paré. Decidí confirmar ciertos
aspectos. Fue sorprendente.
Verifiqué que el error
anterior había sucedido hacía tres meses.
Que sacábamos por la puerta de fábrica cientos de artículos diariamente.
Por tanto, el índice de errores era mínimo, casi cero absoluto. Eso sí, cada
vez que sucedía algo, mis compañeros acumulaban en el relato todos los errores
anteriores,…, que habían sucedido hasta diez años atrás.
Pero esto no era cosa sólo
de quienes trabajaban conmigo. También mis jefes hacían lo mismo. Ante un
error, acumular recriminaciones. Imaginad el ambiente tan tenso que se creaba.
Me costó mucho trabajo y muchas conversaciones
convencer tanto a los de arriba como a los de debajo de que aquello no tenía
sentido alguno y que enturbiaba el ambiente e incluso las relaciones
personales.
Finalmente decidí que me
lo dieran por escrito. Ahí se acabó el problema. No fueron capaces (ni los de
arriba ni los de abajo) de demostrar que nuestra fábrica funcionaba mal.
Eso sí les quité la
satisfacción de lanzar bulos y falsas
acusaciones. Ese deporte nacional tan arraigado en nuestras costumbres. No sé
por qué a más de uno aquello le hacía feliz.
Pues lo mismo nos pasa en
las relaciones personales. Somos capaces de acumular porquería aunque nos
tengamos que cargar todo los que nos rodea y nos sustenta. ¿Pero cómo somos tan burros?
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