Imagínate que ayer estuviste
lejos, que en ese lugar te has dejado la ropa sucia. No tienes ganas de volver
allí. Así que coges la lavadora, te asomas a la ventana y tiras por ella el
aparato. Total, sólo tiene que recorrer quinientos millones de kilómetros,
llegar a un astoroide y posarse sobre él.
Esto, bromas aparte, es para mí una de las noticias destacadas de la
semana. Hemos enviado un satélite (del tamaño de una lavadora) a esa distancia
y tras 20 años de viaje y recorrer los
500 millones de kilómetros, ha aterrizado en un astoroide llamado Cari, de 4 mil millones de años de antigüedad y nos ha enviado fotos. ¡Increíble!
Lógicamente se ha celebrado
bien. La operación ha sido un éxito. Pero nos hace quedar a las personas de a
pie como algo minúsculo. Las enormes distancias, la edad de la roca, la
enormidad del espacio. Vamos, que particularmente no somos nada, que lo
nuestro, nuestra presencia aquí es cero, pura casualidad.
Y al mismo tiempo este
fin de semana he estado en una fiesta en
la que se celebraba el 40-1 cumpleaños de una persona cercana. Allí hubo
alegría, emoción, sentimientos a flor de piel, risas, regalos, y todo lo que se
puede dar en una buena celebración.
Salí de esa fiesta y me
acordé del asterisco. ¡Qué feliz he sido con algo tan pequeño como la
celebración y qué bien me sentí llegando hasta Cari.
Así que he decidido
celebrarlo todo. Con más o menos intensidad pero todo. Desde mi pequeñez quiero
hacer partícipe a los demás de mis alegrías y sobre todo, quiero ser partícipe de
las de los demás. Con mayor o menor intensidad pero todo tendrá su reconocimiento. Sí, ya sé, que es una locura pero pensar en lo pequeños que
somos frente a la enormidad de lo que nos rodea me hace sentir que debo dar las
gracias permanentes al universo por compartir y disfrutar de estos instantes
tan mínimos.
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